martes

Se miraron.
Era un odio mutuo, simple y puro. Ambos sabían que el otro estaba haciendo mal.
Querían gritarse, dejar en evidencia el error ajeno.

El más pequeño, aunque débil, estaba dispuesto a pelear; su enemigo rugía silenciosamente, ostentando su corpulencia.

Pero extrañamente, se vieron reflejados en los ojos del otro. Se vieron a sí mismos, vieron el error que estaban cometiendo.
Supieron que no tenían fundamentos para odiar al prójimo cuando ellos mismos estaban en falta.

Sin embargo, no dejaron de odiarse.
Ambos continuaron su camino, ahora también odiándose a sí mismos por no tener la razón.

1 comentario:

Cielo dijo...

¿No es lo peor no tener la razón? Pero es peor odiar por el solo hecho de no tener razon, o de tenerla, ¿por qué no?.